¿Tienes idea de cuánto influyen en tu día a día y en tu futuro las creencias que tienes sobre ti mism@? ¿Y las ideas que tienes sobre las personas que te rodean? ¿Cómo influyen en tu entorno? ¿En tus retos? ¿y en tus resultados?
El lenguaje es el medio más eficaz de comunicación. Es nuestra maravillosa herramienta para intercambiar pensamientos, información y cultivar relaciones sociales.
Las palabras que elegimos para comunicarnos afectan a la percepción que tenemos del mundo. Por eso el lenguaje es tan importante, porque crea nuestro mundo y el de las personas que nos rodean.
Nuestras palabras ejercen un gran poder sobre nuestro cerebro: determinan el rumbo de nuestro pensamiento y están estrechamente relacionadas con nuestra actitud, y ésta a su vez con nuestras creencias.
Tus palabras son tan poderosas que pueden transformar la forma en la que percibes la realidad. Pueden emocionarte, inspirarte, activar tu creatividad e imaginación.
A través de las palabras construimos emociones y estados de ánimo. Nos ayudan a poner nombre a aquello que sentimos y a entenderlo.
Por lo tanto, la conexión entre las palabras y la emoción es clara: tienen el poder de describir la realidad, de transmitir nuestras emociones, de comunicar, de materializar recuerdos, de enseñar.
Los grandes escritores logran conmovernos mediante las palabras. Nos sorprenden, nos hacen reír, llorar… nos incitan a hablar de sus obras y a compartirlas. Nos emocionan.
Etimológicamente, el término emoción viene del latín emotĭo, que significa “movimiento o impulso”; las emociones provocan una reacción hacia el entorno e impulsan una serie de cambios que se manifiestan tanto en el exterior como en el interior de nuestro cuerpo.
Las emociones nos mueven. Si son positivas, segregamos dopamina, serotonina u oxitocina, que nos hacen sentir bien y optimistas, nos ayudan a alcanzar metas, a ser más creativos, a disponer de más recursos para hacer frente a situaciones complejas, a ser más generosos con uno mismo y con los demás, mejorando así nuestras relaciones, a tomar decisiones de manera más eficiente, a incrementar la motivación. En definitiva, a ser más felices. Si aprendemos a trabajarlas y entenderlas, mejorará nuestra salud física y mental.
Si son negativas, se activa el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal, que estimula la producción de sustancias como las catecolaminas, que elevan la presión arterial y la frecuencia cardíaca, y aparece un estado de preocupación o ansiedad, irritabilidad, ira, miedo o tristeza.
Entonces, si el lenguaje influye en nuestra realidad, en nuestras creencias, y éstas en nuestro entorno y conducta, ¿es posible reeducar nuestro cerebro con lenguaje positivo? ¡Claro que sí! Podemos entrenar nuestra mente para cambiar nuestro lenguaje y construir así el hábito de utilizar el lenguaje positivo en nuestro día a día.
Si hablas con el corazón, transmitiendo positivismo y alegría estarás generando “luz”, un efecto positivo en ti mismo y en quienes te rodean.
Una palabra amable puede suavizar las cosas. Una palabra alegre puede iluminar tu día. Una palabra de amor puede hacerte feliz. Cuidemos nuestras palabras para dejar una huella positiva en la vida de los demás, en las personas de nuestro entorno, en nuestro trabajo y nuestra familia. Al transformar nuestro lenguaje, transformamos nuestras vidas. La elección te pertenece: ¿qué vas a hacer hoy para incrementar tu lenguaje positivo?